EL DRAMA DEL CALVARIO
Pregunta: ¿Jesús fue flagelado? Hemos compulsado varias
obras que desmienten ese relato de los evangelistas; además debemos considerar
que es demasiada perversidad y contrario a la ética, de los romanos, flagelar a
un condenado a la crucifixión.
Ramatís: ¿Por qué Jesús no podía ser flagelado, si lo
condenaron al suplicio más atroz e infamante, como es la muerte en la cruz?
Los castigos corporales eran hábito común entre los romanos; el chicote, era
el símbolo de su poderío sobre los pueblos vencidos, y la flagelación, aunque
fuera un método bárbaro, era el correctivo común entre los conciudadanos de un
país, así como se castigaba a los niños de la escuela primaria, con el puntero
sobre la punta de los dedos. En aquella época, no podía ser diferente puesto
que las cualidades cristianas todavía eran embrionarias en la humanidad. A los
romanos poco les importaba distinguir a los prisioneros, fueran vencidos o
esclavos, pues no les aminoraban las penas por el hecho de ser pobres, ricos o
cultos, más cualquier reacción del vencido era castigada violentamente por el
superior inmediato, y a falta de éste, por el primer soldado que se sintiera
ofendido u ofrecieran resistencia a su orden.
El chicote descendía sin cesar en las carnes de los
infelices esclavos, que debían dar al máximo sus energías para el bien de
Roma. Cuando caían totalmente agotados y no podían reponerse inmediatamente,
sus verdugos lo mataban impiadosamente o lo dejaban morir lentamente sin
asistencia de ninguna especie. El burro de carga que en la actualidad circula
por las calles, amparado por la sociedad protectora de animales, vive en mejores
condiciones de aquellos infelices, cautivos de los romanos. Malgrado a nuestro
sentimentalismo y la preocupación de resguardar la cultura de Roma, la verdad
es que los romanos no tenían virtudes tan elogiosas que los hiciera tratar con
ternura o tolerancia a los rebeldes o prisioneros obstinados. El chicote no
tenía dirección, estaba presente en todas partes y era un modo peculiar de
mantener viva la memoria de los vencidos sobre el poder y la gloria de Roma.
Jesús era un judío culpable de subversión pública y agravado
por la condena dictada por el Tribunal Religioso, por cuyo motiva sería pasible
de la flagelación correspondiente a todos los condenados. Sin embargo, por
causa de su excesiva debilidad y estado enfermizo, el oficial que debía
castigarlo, lo golpeó tres veces solamente, usando el chicote confeccionado con
tiras de cuero crudo, pero sin el plomo o los huesos en las puntas que llegaban
a arrancar pedazos de carne.
Pregunta: ¿Qué nos podéis aclarar, respecto al relato de los
evangelistas, donde Jesús fue objeto de burla y chacota pesada por parte de los
soldados romanos? 1
Ramatís: Realmente, sucedieron algunas escenas degradantes
con el Maestro Jesús en el patio de la prisión romana, pero no se ajustan a las
descripciones melodramáticas de los evangelios. Los legionarios romanos, como
propuestos de Poncio Pilatos, eran el producto de una férrea disciplina
impuesta durante tres años consecutivos al prepararlos como guerreros; hombres
valerosos, altivos y decididos, aunque rudos e impiadosos. Mientras tanto,
jamás descendían al espectáculo circense de escupir o abofetear a los
prisioneros, pues mantenían cierto decoro en sus actos y hacían lo posible,
para no manchar su dignidad de "hombres superiores".
Cuando Jesús fue llevado al patio de la prisión, situada a
pocos pasos del Pretorio, varios simpatizantes y amigos lo siguieron; los más
sensibles lloraban al verlo preso y otros protestaban ante el crimen de
haberlo condenado porque sólo pregonaba la paz y el amor. Pero, la turba de
mercenarios contratada por el Sanedrín acicateados por los secuaces de Caifás,
impedían cualquier manifestación de simpatía hacia el prisionero, que todavía
no había perdido la estima de su pueblo. El Maestro no fue humillado por los
legionarios del gobernador, como dice Mateo (XXVII, 28), puesto que sufrió toda
clase de bromas, insultos, escarnios y malos tratos.
1 Juan, Cáp. .XIX,
vers. 1 al 3; Mateo, Cáp. XXVII, vers. 26 al 31.
Eso sucedió con algunos de los criados y siervos de la
comitiva de Pilatos, que por ser la hora de tomar alimentos, descansaban cerca
de allí y además eran avezados en bajezas de esa índole. Desgraciadamente, la
mayoría eran hebreos mercenarios, apatridas que buscaban prestigio ante sus
dueños o capataces, aunque tuvieran que danzar para contentarlos. Alguien tomó
un paño color rojizo que servía a los soldados para jugar a los dados, y lo
colocó sobre los hombros de Jesús, mientras que otro le ponía una caña entre
las manos, como si fuera un cetro real. No satisfechos aún, arrancaron unos
gajos de una planta espinosa e hicieron una corona que colocaron sobre la
cabeza del Maestro. Se divirtieron algunos momentos frente al rabí, haciendo
gestos como si fuera un rey, y los más sarcásticos le tiraban de la barba,
obligándolo a mover afirmativamente la cabeza en respuesta a sus peticiones
burlonas. Los legionarios romanos apostados cerca de allí, se reían pero no
participaban de esa grotesca escena. Pocos instantes después, hombres y mujeres
autores de la farsa, desaparecieron para atender sus obligaciones, mientras,
Jesús quedaba meditando sobre las burlas y crueldades que su misma gente le
había proporcionado. Una vez más se comprobaba el viejo dictado que dice:
"No hay peor cuña, que la salida de la misma madera" 2.
Pregunta: ¿Qué le sucedió a Jesús después de esos actos
humillantes?
Ramatís: Era casi medio día; el sol estaba alto y el día
sofocante prometía lluvias torrenciales para la tarde; a esa hora Jesús fue
custodiado por un grupo de soldados romanos, iniciando su trágica jornada
camino del Calvario, saliendo por la puerta de Damasco. El pueblo se aglomeró
junto al portón y al largo muro de la prisión; cuando Jesús apareció, María de
Mágdala, Salomé, Juana, María y otras mujeres se precipitaron para abrazarlo,
pero fueron apartadas con rudeza por los soldados. Entonces se arrodillaron y
en medio de grandes sollozos clamaban a Dios, mientras el Amado Maestro las
miraba compasivo y resignado. La calle cada vez se hacía más escarpada y el
Maestro estaba palidísimo; tenía las manos atadas y daba muestras visibles de
cansancio y dolores físicos. A su retaguardia, dos hombres le seguían los pasos
cargando el pesado tronco, que más tarde le serviría para el suplicio de la
cruz. La procesión seguía bajo la indiferencia de los soldados, bastantes
acostumbrados a aquellas escenas y a los lamentos dolorosos de los parientes,
amigos y simpatizantes de los condenados, que tanto suplicaban por la
liberación del prisionero como ofrecían toda clase de valores.
Por otra parte, los soldados cumplían órdenes superiores
dentro de la rutina peculiar de aquellas ejecuciones, sin tener iniciativa
personal de agravar o aliviar el sufrimiento de los ajusticiados. En
determinado momento, el jefe de la patrulla romana atendió a la súplica de las
mujeres y consintió que ayudaran a Jesús; sin pérdida de tiempo y disponiendo
apenas de algunos segundos, Verónica le enjugó el rostro y Juana le dio agua
fresca de un cántaro pequeño. Enseguida volvieron a ponerse en marcha; el
trayecto desde la puerta de Damasco hasta la cima del Calvario fue recorrido en
diez y seis minutos, pues las ejecuciones se cumplían fuera del muro de la
ciudad. Jesús mal podía respirar, su cuerpo temblaba, tenía temperatura y el
sudor le bañaba el rostro, mientras sus ropas se mojaban y daban un aspecto
deprimente por las manchas de sangre causada por la flagelación. Los encargados
de la crucifixión tenían apuro, pues el sol del mediodía quemaba la carne de
todos por igual. Al llegar a la roca de forma cónica, cuyo aspecto se parecía
al de una calavera, la multitud se esparció, dividiéndose en grupos. Aquí,
estaban los curiosos o sádicos, animados por el espectáculo tenebroso; allí,
los parientes, amigos y discípulos oraban en mortificante desesperación;
acullá, se divertían los infelices escarnecedores de todos los tiempos que se
alegran sobre el martirio de los justos. Algunos más sensibles y confiados,
oraban fervorosamente, seguros que el cielo se abriría y bajarían legiones de
ángeles para arrasar a los soldados y liberar a Judea del yugo romano, conforme
lo anunciaban las profecías del Viejo Testamento con el advenimiento del
Mesías.
2 Nota del Médium: Refrendando los decires de Ramatís, que
los "mejores amigos de hoy, pueden ser los peores enemigos de
mañana"; se sabe que durante la guerra nazista, las "mujeres
verdugos" de los campos de concentración, que habían sido escogidas entre
las mismas prisioneras húngaras, checas y polonesas judías, eran más crueles
para sus compañeras que las alemanas, en la preocupación de resaltar ante los
detestados jefes. Los peores capataces y castigadores de los negros eran
reclutados entre los mismos esclavos, en el Brasil colonial.
Entonces se dio el terrible y doloroso suspenso para todos;
amigos y discípulos de Jesús se estremecieron y las mujeres cayeron de
rodillas, bajo crucial oración, mientras dos ayudantes despojaron a Jesús de
sus ropas, quedando solamente con un pequeño paño que le cubría los riñones.
Otro le ofrecía un vaso de vino con mirra, que .servía de anestesiante para que
los condenados pudieran soportar los primeros y atroces momentos de la
crucifixión. Esa costumbre, casi siempre partía de un grupo de mujeres
piadosas, a las que se les pagaba para que amenizaran el sufrimiento de los
crucificados. Jesús mal tocó con los labios la bebida, rechazándola, pues
quería recibir el sufrimiento con perfecta lucidez y no quería entorpecer su
comunión espiritual con el Señor. Estaba convencido que su obra redentora pedía
tal sacrificio para bien de la humanidad, por eso quería ser consciente de su
propio holocausto. En seguida lo pusieron sobre la cruz, le prepararon las
manos en la traba superior horizontal y los pies en un apoyo de madera de la
traba vertical, mientras otro verdugo fijaba un pedazo de madera entre las dos
piernas, para aliviarle el peso del cuerpo a fin de no rasgarle las manos.
Después levantaron la cruz con su cuerpo clavado y lo colocaron en la abertura
del suelo, quedando los pies a unos noventa centímetros del suelo. Otros dos
condenados también fueron sacrificados alrededor de Jesús, los que se
lamentaban dejando escapar lúgubres gemidos por sus dolores atroces, pero en
ningún momento le dirigieron la palabra, conforme se cita en los evangelios 3.
Era el punto final del proceso de la crucifixión, desde ese
momento el tiempo de vida de cada uno de los sacrificados, dependía
exclusivamente de su resistencia orgánica, pues hubo casos de individuos tan
robustos y sanos que duraron cuatro días en la cruz.
Pregunta: ¿Existe veracidad en los relatos evangélicos,
sobre el mal trato que dieron a Jesús, después de ser clavado en la cruz?
Ramatís: Desde lo alto de la cruz, Jesús miró a todos lados
lleno de amor y cariño, buscando los rostros amigos que estaban esparcidos por
la cima del Gólgota. Finalmente vio a Magdalena, Salomé y Juana de Khousa;
Juan, su querido discípulo y a su hermano Tiago, siempre paciente y entusiasta;
Marcos, valeroso y decidido; Tiago, el mejor y fiel amigo. Más allá, casi
alcanzando la cima del monte, llegaba Pedro, cuyo porte alto y robusto parecía
apoyarse en su hermano Andrés; a su lado, Sara y Verónica protegían a María,
la infeliz madre, que retornaba al Gólgota después de haber sido asistida por
tercera vez de sus desfallecimientos cruciales, ante el martirio de su querido
hijo. Aquel cuadro conformaba a los seres que tanto había amado en sus días de
pregonaciones; pero poco a poco iban venciendo el temor humano y comenzaban a
juntarse al pie de la cruz encendidos por una fuerza espiritual, cosa que
satisfizo a Jesús, llenándolo de regocijo. Su muerte y sacrificio ya no serían
inútiles, pues las almas que había escogido para transmitir sus ideas a la
posteridad, ahora se comunicaban entre sí y se agrupaban por la fuerza
cohesiva de los pensamientos y sentimientos evangélicos, así como las ovejas
dispersas por las tempestades, se reúnen nuevamente bajo el cariño de su
pastor.
Súbitamente, Jesús fue interrumpido en su devaneo consolador
por los gritos, bromas y escarnios de los infelices agentes de Caifás, que
antes de retirarse del Gólgota, trataban de rematar su ignominia con gestos de
indiferencia salvaje, a fin de agradar a sus jefes vengativos. Acosados por
los espíritus de las tinieblas, sarcásticos y despechados por el triunfo
indiscutido de Jesús, descendieron a la vileza de un humorismo tan negro, como
lo eran sus propias almas.
— ¡Desciende de la cruz, Hijo de Dios! ¡Llama a tu Padre
para que te libere del suplicio! ¡Guárdame un lugar en tu reino! ¿Hacia dónde
huyeron tus legiones de ángeles? ¡Que salven al Rey de los judíos en su trono
de la cruz! ¡Desciende de la cruz, sálvate primero y nosotros seremos tus
creyentes!
Mientras reían haciendo gestos de desprecio, Jesús los
miraba compasivo y resignado, inclusive a los soldados que algunas veces se
reían de las payasadas que hacían los esbirros de Caifás. Inmensa bondad le
invadió su alma, vibrando en el más puro y elevado amor; nuevamente su mirar
3 Lucas, Cáp. XXIII,
vers. 39.
claro y expresivo, lleno de poderoso magnetismo angélico,
resplandeció en un majestuoso fulgor, envolviendo a esos seres tenebrosos en un
baño purificador y calmante que los hizo estremecer tocados por el
remordimiento, haciéndolos callar inmediatamente. Después de aquella
transfusión de luz y amor que brindó a sus verdugos, abriéndoles su corazón
para un mejor entendimiento sobre la vida espiritual, el Maestro elevó los ojos
hacia lo alto y con voz suave y misericordiosa exclamó:
—"Padre, perdónalos, porque ellos no saben lo que
hacen" 4.
Pregunta: ¿Jesús pronunció todas las palabras que le fueron
atribuidas desde lo alto de la cruz?
Ramatís: El sol proyectaba sus rayos quemantes sobre el
cuerpo desnudo del Amado Maestro; el sudor le brotaba del rostro en gruesas
gotas, obligándole a cerrar los ojos, aumentándole la tortura. Estaba deshecho
por el intenso y cruel dolor; el cuerpo tenso, sin poder realizar cualquier
movimiento sedativo, el exceso de sangre en las arterias y los vasos
sanguíneos comprimidos le hacían doler intensamente la cabeza. Las heridas en
las manos y los pies sangraban y gran parte de la sangre vertida se hallaba
coagulada, formando una masa pastosa. El suplicio de la cruz era uno de los más
atroces, pues la posición incómoda del crucificado, producía poco a poco, una
rigidez espasmódica por la obstrucción progresiva de la circulación; el alivio
era imposible y la sed insaciable. La angustia creciente y el intento para
hacer el menor esfuerzo, le provocaba dolores indescriptibles; la sangre de la
aorta fluía hacia la cabeza y se concentraba en el estómago, pues el cuerpo del
condenado quedaba tenso y pendía hacia adelante. Pocas horas más tarde se
produce la rigidez de la garganta y se atrofian las cuerdas vocales, sofocando
la voz e impidiendo el habla, salvo algunos estertores y sonidos inarticulados.
Por esa causa, Jesús expiró sin pronunciar palabra alguna, después del generoso
pedido de perdón al Padre para sus verdugos. Como era una criatura de
contextura delicada, sintió muy pronto los terribles y paralizantes efectos
que la crucifixión produce. Mientras que los otros dos crucificados emitían
verdaderos gruñidos de dolor y desesperación; el Amado Maestro sufría su
desdicha en silencio y re-signadamente, cuya vida solamente se percibía por el
aire acelerado que respiraban sus pulmones.
Desde ese momento en adelante, ni los soldados que mataban
el tiempo jugando a los dados y bebiendo vino a la sombra improvisada de las
tres cruces, ni los amigos y discípulos que se encontraban a pocos metros del
lugar, escucharon palabra alguna del Maestro Jesús, que estoicamente sufría los
intensos dolores.
Pregunta: Cuentan los evangelistas que en la hora que Jesús
expiró, el cielo descargó una terrible tempestad, se "esparcieron las
tinieblas por la tierra y el velo del templo se rasgó en dos partes".
¿Qué hay de cierto en todo eso?
Ramatís: Conforme dijéramos, cuando Jesús fue crucificado
había pasado el mediodía, al poco rato la multitud se fue alejando a causa del
calor sofocante y además, se habían saciado con el tétrico espectáculo. El sol
ardiente obligaba a los restantes a buscar la sombra entre los pocos arbustos
que había en las inmediaciones, o junto a las ruinas de algunas catacumbas de
un cementerio abandonado. Todos demostraban cansancio y estaban hartos de la
escena que a sus ojos se presentaba, además del lúgubre silencio que imperaba y
que intermitentemente rompía los angustiosos y desgarradores gemidos de los
dos crucificados al lado del Maestro.
No era permitido acercarse a nadie a menos de diez metros,
pues la sentencia impedía cualquier iniciativa de reducir el tiempo de vida a
los crucificados y cuya infracción, podía ser punida hasta con la muerte de los
infractores y la prisión para los soldados de guardia que desobedecieran la
orden. Los parientes y amigos que se hallaban en las proximidades de la cruz
estaban de rodillas y oraban a Dios para que llegara el alivio o la muerte para
el querido Maestro; los hombres tenían los ojos irritados por las lágrimas y
las mujeres gemían en desesperado lamento.
4 Lucas, Cáp. XXIII,
vers. 34.
El día de la crucifixión, viernes por la tarde, anunciaba
tempestad, a más tardar para la noche. Cuando hacía dos horas que Jesús había
sido sacrificado, comenzaron a correr densas nubes por el cielo, impulsadas por
un fuerte viento, mientras la luz del día iba desapareciendo. Los extraños y
ajenos a los crucificados se apresuraron a descender la cuesta del Gólgota en
dirección a sus hogares. Bajo el rugido del viento tempestuoso las cruces se sacudían
y arrancaban gemidos desgarradores de los crucificados; los mismos soldados,
acostumbrados a esos macabros acontecimientos, se miraban inquietos y los
amigos del Maestro estaban esperanzados que Jehová interviniera a favor de su
Amado Hijo, elegido para la salvación de la humanidad.
Jesús sentía que a cada instante los brazos se le iban
entorpeciendo debido a un espasmo; le recrudecían los atroces dolores de
cabeza y el estómago le quemaba, ardiéndole en forma abrasadora, mientras que
los músculos del vientre daban la impresión que se le iban a reventar, a causa
del peso del cuerpo, inclinado hacia adelante. La sangre de las manos y de los
pies, ya no supuraba más, pero otro dolor inmenso le iba alcanzando el corazón.
Tiago, el hermano de María, confabulaba con los compañeros, ya no podía
soportar más ese espantoso cuadro de ver a su adorado Maestro y sobrino
querido, acabarse dolorosamente por el sólo hecho de haber querido y amado a la
humanidad. ¿Qué iba a suceder a partir desde ese momento? ¿Cuántos días
resistiría, acometido por la pavorosa crisis de la gangrena; torturado por el
enjambre de moscas e insectos, o despedazado por las aves carniceras que
estaban acostumbradas a esos festines de los crucificados?
Tiago estaba decidido, aunque tuviera que someterse a las
terribles torturas de los infractores, jamás dejaría morir de hambre o sed a
su Maestro, pues iba a sacrificarlo prematuramente para que tuviera el deseado
alivio. Midió el espacio que separaba de los soldados, pero comprobó desanimado,
que sería muerto antes de cruzar los diez metros primeros. En aquel momento, en
un supremo esfuerzo, Jesús dio a entender que deseaba un poco de agua; los
soldados se miraron como si fuera una consulta recíproca; entonces embebieron
la esponja en el vaso de su bebida alcohólica y se lo acercaron a los labios.
El Maestro succionó algunas gotas de la bebida acida, sintiendo rápido alivio
en sus labios resecados, para volver a su inmovilidad atroz.
Tiago y Juan se habían aproximado bastante a la cruz, pero
tuvieron que detenerse ante la señal amenazadora de un soldado armado con
lanza. En un doloroso esfuerzo levantaron la vista hacia el Maestro, cuyas
venas estaban tensas y parecían que iban a saltarle de la frente bajo el
impacto de la sangre impulsada por la aorta. Tiago se secó el rostro con la
mano y miró hacia arriba, como pidiendo ayuda, animado por un brillo de
esperanza y con los ojos llenos de lágrimas, mientras los soldados buscaban un
lugar apropiado para cubrirse de la tempestad que se aproximaba. La intención
de Tiago era saltar rápidamente y tomar la lanza que se hallaba recostada en la
cruz de uno de los ladrones y por amor y piedad a Jesús, se la clavaría en el
corazón para no verlo sufrir más.
Pregunta: Finalmente,
¿cómo terminó el drama del Calvario?
Ramatís: En la cima del Gólgota casi no había gente, pues
sólo los amigos, discípulos y parientes permanecían azotados por el viento,
que a cada instante rugía con más intensidad. El dolor del Cordero del Señor
ultrapasaba el máximo que la criatura humana puede soportar en la materia; el
Espíritu sumergido en la tortura de la carne vivía minutos eternos reprimiendo
en sí mismo las angustias y responsabilidades, tratando de agotar hasta la
última gota con sabor a. hiél, a fin de redimir al género humano. La
beneficiosa lluvia caía más allá de las colinas de Galilea, pero Jesús no
deseaba de modo alguno; ese alivio, que al mitigarle la sed abrasadora y
refrescarle el cuerpo afiebrado, también le prolongaría el sufrimiento
inhumano.
Sentía una excitación psiconerviosa que a cada instante
aumentaba y trataba de reunir todas las fuerzas físicas y espirituales para
vencer la terrible opresión que amenazaba despedazarle los tímpanos, romperle
la garganta y la cavidad pulmonar. Quiso abrir los ojos y sólo lo consiguió
después de un tremendo esfuerzo, moviendo pesadamente la cabeza hacia
adelante, como si intentara vencer la masa granítica que parecía tener en su
frente. En aquel momento, brilla en el cielo un zigzagueante relámpago y bajo
esa luz inesperada, pudo el Maestro vislumbrar y reconocer a sus amigos que
estaban orando por la liberación de su espíritu. Su alma, en un supremo
esfuerzo, intentó mover los labios, pero estaban tan rígidos que ni siquiera
pudo esbozarles una sonrisa de gratitud a todos sus queridos. El trueno estalló
y las nubes comenzaron a danzar vertiginosamente entrechocándose bruscamente;
la atmósfera pesada parecía presionar sobre el cuerpo de Jesús, aumentándole la
terrible sensación de sentirse totalmente aplastado. Inmediatamente, un dolor
atroz partió desde la punta de los dedos de su mano izquierda; después le subió
por el brazo, como un metal incandescente que le estuviera perforando las
venas, y en décimos de segundos le alcanzó el corazón, paralizándole la
respiración. Un fuerte estremecimiento le sacudió el rostro, los labios y las
puntas de los dedos; los ojos se le nublaron y su cabeza cayó sin control sobre
su hombro izquierdo.
¡El Mesías había expirado! ¡Eran las tres de la tarde! Tiago
vio su muerte a la luz de un relámpago y cayó de rodillas en un grito de dolor
por la pérdida del Maestro. Todos ellos se levantaron en una sola exclamación,
con los brazos levantados hacia arriba, gritando jubilosamente, llamando la
atención de los soldados:
— ¡Hosannas! ¡Hosannas! ¡El Maestro expiró! ¡El Señor nos
escuchó!
Se postraron en el suelo y besaron la tierra entre sollozos
indescriptibles. Entonces el jefe de la patrulla de soldados, empuñó la lanza
e hirió la carne de Jesús, primero lo hizo despacio y después con bastante
fuerza que llegó a manchar de rojo su lanza y comprobó que no había más señal
de vida. Enseguida ordenó a un soldado que fuera a comunicar la novedad al
centurión Quinto Cornelio. Se había disipado el temor que el Maestro se
pudriera en la cruz y fuera pasto de las aves de rapiña. Gracias a su delicada
naturaleza y al debilitamiento vital producido por la exudación sanguínea en el
Huerto de los Olivos, sucumbió en menos de tres horas por la rotura de la
aorta, proporcionándole la deseada liberación espiritual.
Pocos minutos después se descargaron cataratas de agua bajo
el fragor de los truenos, ei viento huracanado y los rayos aniquiladores,
desgajándose los árboles, abriendo surcos en la tierra resecada, rompiendo
diques, se salieron los ríos de su caudal normal, destrozó puentes, derribó
muros y arrojó al suelo cantidades de frutos que pendían de los árboles. Las
cruces oscilaban amenazando tumbarse debido al deslizamiento de la reducida
masa de tierra que cubría la cima rocosa del monte de la calavera. Los soldados
calzaron las bases de las cruces con piedras y palos en medio del agua que se
juntaba en las bases de las mismas. Los dos ladrones crucificados se movían
reanimados por la preciosa linfa que les corría a través de los cabellos
empapados, en la avidez animal por sobrevivir. Mal-grado la insistencia de los
soldados para que todos abandonaran el lugar, pues ya nada tenían que hacer,
dado que Jesús había expirado; sin embargo sus amigos, discípulos y parientes
se quedaron enlodados hasta los tobillos y totalmente empapados. María,
abrazada a la traba inferior de la cruz, besaba el dorso de los pies de su
amado hijo; Magdalena sollozaba postrada en el suelo lodoso; y Tiago, de brazos
cruzados, no quitaba los ojos del semblante inmóvil y pálido de su adorado
Amigo, sintiéndose venturoso de verlo libre de aquel suplicio infernal. Pedro
tenía en su rostro los rasgos de estar padeciendo intensamente, pues, aún
parecía dudar de aquel acontecimiento tan trágico. Juan, con los ojos entrecerrados,
tenía la mano derecha cerrada sobre el corazón y la izquierda posada sobre la
cabeza inclinada; temía despertar de su mundo fantasioso y enfrentar el pasaje
más atroz de su vida. Los demás estremecían el lugar de lamentos y llantos, tan
propios de la raza hebrea; levantaban los brazos al cielo, suplicando para que
la Paz venturosa pronto alcanzase al Maestro querido.
Finalmente, al anochecer, José de Arimathea y Nicodemos
habían conseguido de Pilatos la autorización para retirar el cuerpo de la cruz,
cosa que le extrañó, por la muerte tan rápida que había tenido. Después de
embalsamado con aromas y sales que utilizaban tradicionalmente los hebreos y
envuelto en unos lienzos limpios, el cuerpo del Amado Maestro fue colocado en
un sepulcro nuevo, cavado en la roca viva de un huerto adyacente, hasta que se
le destinara una nueva y adecuada morada, pues siendo día sábado, "día de
la preparación de Pascua", no se podía atender a las ceremonias fúnebres.
La tempestad había amainado y el agua caída corría por los
surcos rocosos y enlodados del Gólgota. Momentos después, el grupo de personas
entristecidas se ponían en camino entonando un canto que simbolizaba el
recuerdo, el remordimiento, la angustia y el desaliento, como si fuera un fuego
que consumía las cosas queridas. Era la procesión de hombres y mujeres lavados
por la lluvia y manchados por el barro, que seguían llorando la pérdida del
Maestro, el hombre justo, inocente, heroico y leal, que sucumbió para dejarlos
vivir... Cuando desaparecieron par las colinas rocosas camino de la ciudad,
dejaron en alas del viento los sonidos melancólicos de las amargas quejas, y
aún se podía divisar en la cima del Gólgota la silueta de las tres cruces, que
Jesús había presenciado mediúmnicamente durante su agonía espiritual en el
Huerto de los Olivos y en la víspera de su muerte.
¡Mientras tanto, la cruz del centro estaba vacía, porqué se
había cumplido el sacrificio del Salvador! ... ¡Desde aquel momento en
adelante, dejaba de ser el instrumento castigado por la infamia del hombre,
para convertirse en el camino de la liberación espiritual de la humanidad!...
¡Jesús, el Mesías, había triunfado sobre las Tinieblas, fortaleciendo la Luz
del mundo a través del combustible sacrificial de su propia sangre!...
Pregunta: ¿Qué nos podéis decir sobre la resurrección de
Jesús, el tercer día de su crucifixión?
Ramatís: Cuando Jesús apareció en Espíritu a María de
Mag-dala, a los apóstoles y otros discípulos en el camino de Emaús, fue un
fenómeno de ectoplasmia, pues Magdala era una poderosa médium que había
participado en algunos hechos incomunes durante la peregrinación del Maestro.
Cuando apareció entre los apóstoles, Tomás le tomó de las manos, siendo posible
debido a la facultad ectoplásmica de los presentes que permitió la
materialización en cuerpo entero y con amplio éxito de "voz
directa". En los demás casos, donde se dice que otras personas vieron a
Jesús, apenas se registró el fenómeno de videncia, cosa bastante común entre
los médium.
Jesús no dejó la tumba en cuerpo y alma, pues sus
apariciones jamás desmentirían el buen sentido de las leyes que rigen a la
física trascendental, ni tampoco fue una consecuencia de hechos milagrosos,
sino, la manifestación de las energías que le fueron cedidas por sus discípulos
y amigos siderales.
Pregunta: ¿Sin embargo, se dice tradicionalmente que su
cuerpo desapareció de la tumba?
Ramatís: Cuando María se "acercó a la tumba, casi a
oscuras, vio que la piedra había sido movida" (Juan, XX-1). Es evidente,
que si Jesús hubiera resucitado en cuerpo y aparecido ante los apóstoles
atravesando las paredes de ladrillos de la casa donde se encontraban también
habría atravesado la tumba sin necesidad de mover la piedra que obstruía la
entrada. Después de la muerte del Maestro, el asesor de Poncio Pilatos autorizó
para que el cuerpo fuera entregado a la familia, conforme al pedido solicitado por
José de Arimatea. Entonces, María, su madre, Tiago, el mayor, junto con Juan,
Marcos, Pedro y Tiago, hermano de Juan, bajaron el cuerpo que estaba en la cruz
y las mujeres lo balsamizaron conforme a las costumbres de la época y de la
raza judaica. Le aplicaron aceites aromáticos y extractos de plantas
perfumadas, pues el entierro se haría el próximo día. La tumba fue cerrada con
una pesada piedra, que hacía las veces de puerta, pues era una pequeña gruta
situada en la cima de una colina pedregosa. La turba se había aquietado
satisfecha de su saña homicida, como la fiera que se acomoda después de haber
saciado su hambre. Los soldados descendían por la cuesta haciendo gracias,
dando muestra de una total inconsciencia. Algunos discípulos de Jesús, temiendo
ser agredidos iban a escondidas al monte del Calvario, movidos por una intensa
amargura y llenos de gratos recuerdos por aquel hombre de virtudes tan raras y
sublimes.
El que estaba realmente preocupado era Pedro, pues había
escuchado rumores que personas embriagadas y a sueldo del Sanedrín, se
proponían profanar la tumba de Jesús y arrastrar su cuerpo por las calles. Era
intención de los sacerdotes acabar con toda impresión favorable hacia la
doctrina y la persona del Maestro, evitando cualquier intento de demostración
dramática que diesen vida y aliento a la tragedia de la cruz. El rabí de
Galilea debía ser olvidado a todas costas para evitar que se formase una casta
de seguidores, estimulados por sucesos milagrosos o entusiasmos religiosos. De
esa forma, Pedro buscó a José de Arimatea y le expuso sus desconfianzas y como
su amigo también abrigaba las mismas preocupaciones, decidieron transferir el
cuerpo de Jesús a otro lugar, pero desconocido para la generalidad.
Cuando comprobaron que los habitantes de la ciudad dormían,
se dirigieron al sepulcro y munidos de rodillos y palancas, hicieron, deslizar
la piedra que cubría la entrada. Rápidamente cambiaron la ropa ensangrentada
del querido Maestro y en medio del silencio de la noche descendieron la cuesta
del Calvario y sepultaron el cuerpo en una tumba desconocida, que se hallaba
abandonada en medio del campo, entre ruinas olvidadas. De esa forma, evitaron
la cosa más atroz para el judío en aquella época, la profanación del cuerpo y
el consabido abandono de Jehová. Y, en el caso de Jesús, semejante atropello a
su figura misionera daría lugar a dudas y quebrantaría la fe puesta en el ideal
cristiano. Si su cuerpo quedaba sin sepultar, significaba —conforme a la
tradición hebraica— la negación a los derechos que había adquirido a través de
su lucha por el ideal, y su memoria quedaría manchada para siempre.
Mientras tanto, Pedro y José de Arimatea captaron las
orientaciones de lo Alto y en una iniciativa elogiable, guardaron absoluto
secreto ante María de Magdala y la propia madre del Amado Maestro, quedando el
asunto sin mayor trascendencia. Esa fue la causa del porqué, María de Magdala
encontró la tumba vacía, dando lugar a la fantasía de la resurrección de Jesús
en "cuerpo y espíritu". Pedro y José de Arimatea consintieron en no
revelar el sentido de esa equivocación, porque les interesaba particularmente
despistar a los esbirros del Sanedrín, que trataban por todos los medios de
orientarse para hallar el cadáver del Maestro, puesto que era más importante para
ellos, borrar todo vestigio perteneciente a la doctrina originada por Jesús, y
nada mejor que humillar su cuerpo para alcanzar éxito en su indigno cometido.
Además, lo inesperado del hecho dio más fuerza y cohesión a los discípulos y
simpatizantes del Maestro. Pero, en base a la comprensión de la humanidad de
vuestro siglo, es necesario reajustar la verdad de todos los hechos ocurridos
en la vida de Jesús para que reine en el corazón de todos los hombres, sin
dudas ni desconfianzas, generadas por acontecimientos de índole fantasiosa.
Fuente: El Sublime Peregrino
Dictado por el Espíritu Ramatís
Psicografiada por el Dr. Hercilio Maes