La creencia y doctrina de la reencarnación o
pluralidad de existencias en diversas vidas humanas, es conocida y sostenida
desde la antigüedad por las diversas religiones y enseñada en escuelas
filosóficas, algunas con la denominación de «transmigración del alma» y otras
con la de «renacimientos».
Esta es una doctrina milenaria. Ya la encontramos
en todos los pueblos primitivos y en las diversas culturas, lo mismo que todas
las religiones, en sus sabios orígenes la han sustentado.
Los llamados Magos por los caldeos y persas, eran
maestros de la Sabiduría Oculta, que enseñaba la doctrina de los renacimientos,
como una de las verdades fundamentales. Y sostenían que el alma era un ser
espiritual complejo y pasaba por una serie de existencias terrestres y en otros
mundos, hasta que finalmente alcanzaba un grado de pureza tal, que quedaba
relevada de la necesidad de nuevas encarnaciones, y desde entonces habitaba en
la región de la inefable gloria.
Los egipcios enseñaban la reencarnación ya 3.000
años antes de nuestra era, con estas palabras: «Antes de nacer, el niño ha
vivido ya y la muerte no termina en la nada. La vida es un devenir, que
transcurre semejante a un día de sol, que recomenzará».
De los egipcios pasó a los griegos, por Pitágoras y
sus discípulos. Sócrates, Platón, Empédocles, Apolonio y muchos otros, la
popularizaron.
Pitágoras enseñaba que, la doctrina de la
reencarnación, tenía en cuenta la desigualdad observable en la vida terrestre
de los hombres. «Una vida en la carne, no es más que una anilla en la
larga cadena de la evolución del alma»-
—decía Pitágoras a sus discípulos ya más avanzados,
en el grado teogónico—. Y algunas veces, les refería pasajes de alguna de las
últimas cuatro vidas que recordaba (1).
Asimismo, Platón enseñaba la doctrina del
renacimiento. Decía: «Para que en esas nuevas vidas, las almas de los muertos
desgasten sus malas acciones pasadas». Afirmaba que: «Las almas reencarnadas
lo hacen en cuerpos que se asemejan a los que tuvieron en vidas anteriores, e
igualmente en instinto y tendencias adquiridas por anteriores experiencias».
Entre esas experiencias heredadas de vidas pasadas, colocaba Platón las ideas
innatas.
Las escuelas de Sócrates y Platón, aseguraban
que... «Las almas toman nuevos cuerpos para repetir una y otra vez sus vidas
físicas, a fin de desarrollar las facultades de la psiquis y adquirir la
sabiduría». Decía también: «las almas vuelven del Hado, y los semejantes son
atraídos por los semejantes». Y en «FEDON» podemos leer: «El alma es más vieja
que el cuerpo. Las almas renacen sin cesar del Hado, para volver a la vida
actual».
La escuela de Hermes (2) ya sostenía que: «Las
almas bajas y malas permanecen encadenadas a la Tierra por múltiples
renacimientos: pero, las almas virtuosas suben volando hacia las esferas
superiores».
Ya en nuestra era, Porfirio, filósofo neoplatónico,
discípulo de Orígenes y de Plotino (siglo III), con otros filósofos
neoplatónicos, enseñaba también la doctrina de la reencarnación.
Ammonio Saccas, filósofo alejandrino del siglo I,
conocido, como Theodidaktos por la vastedad de sus conocimientos, sostenía la
doctrina del renacimiento de las almas en nuevos cuerpos, y fue quien la
transmitió a San Clemente de Alejandría, padre de la primitiva iglesia. La famosa
escuela de Alejandría, que en los tiempos del Mesías estaba dirigida por Filón,
profundizó el estudio del alma y de las civilizaciones pasadas; y
dio un mayor esplendor a la doctrina de la reencarnación.
Los neoplatónicos, en diferentes edades, igualmente
enseñaron la misma doctrina. Plotino, discípulo de Ammonio, de Tiana, decía:
«Es un descubrimiento reconocido desde los tiempos de la antigüedad, que si el
alma comete fallos, será condenada a expiarlos sufriendo castigos en tenebrosos
infiernos; luego se le permite pasar a nuevos cuerpos y recomenzar sus
pruebas». Decía también «Cada alma recibe el cuerpo que le conviene y que está
en armonía con sus antecedentes, según sus existencias anteriores».
(1)A los seres ya muy evolucionados, les es posible
conocer las últimas vidas pasadas, mediante la actualización de la memoria
espiritual o subconsciente, y también alcanzando la superconciencia por medio
del éxtasis.
(2) Hermes Trimegisto, filósofo, legislador y
sacerdote; perteneciente a la Escuela Iniciática del antiguo Egipto, y uno de
los grandes iniciados. Se considera que vivió por los años 2670 antes de
nuestra era, y como el fundador de la ciencia secreta derivada de su nombre.
Clemente de Alejandría, le atribuyó 42 tratados.-
Orígenes, discípulo de San Clemente, el más
instruido de los padres cristianos, aceptaba la doctrina de las vidas sucesivas,
que era del conocimiento y creencia común de los primeros tres siglos del
cristianismo. Y por ello fue anatematizado en aquel famoso Concilio de Constantinopla
II. Decía: «Cada alma recibe un cuerpo de acuerdo con sus merecimientos y sus
previas acciones». Obsérvese que no dice, que cada cuerpo recibe un alma; sino
que: «Cada alma recibe un cuerpo...». Sostenía también que: «Las almas, al caer
de un estado elevado, trabajan para recuperar ese estado y gloria, reencarnando
repetidas veces». (3). Orígenes denominaba «penas medicinales» a las vidas
dolorosas, y que éstas eran proporcionales a las faltas de las almas
encarnadas en nuevos cuerpos, para redimir su pasado y purificarse.
San Gregorio Nacianceno (328-389), decía: «Hay
necesidad natural de que el alma sea curada y purificada, y de que, si no lo es
en esta vida, lo sea en otras siguientes y futuras».
San Agustín (cuyo nombre era Aurelius Augustinus),
en su Libro I de «Confesiones», emplea esta frase: «Antes del tiempo
que pasé en el seno de mi madre, ¿no habré estado en otra parte y sido otra
persona?». La expresión es tanto más notable, cuanto que San Agustín
se oponía a Orígenes en algunos puntos de su doctrina.
(3) Y en una réplica, dejó escrito: «Pero, respecto
a estos asuntos que pertenecen al género místico, conviene mantener el secreto:
porque, la entrada de las almas en los cuerpos, no es cosa que comprendan el
común de las gentes.»-
Krishna, hacia el año 3000 antes de nuestra era
(según la cronología de los brahamanes), dijo: ...«yo y vosotros hemos tenido
muchos nacimientos. Los míos no son conocidos sino por mí, pero vosotros no
conocéis siquiera los vuestros», Y en diálogo con su discípulo Arjuna
(véase Bhagavad Gita), dice: «Así como el alma residente en el cuerpo material,
pasa por las etapas de infancia, juventud, virilidad y vejez: así a su debido
tiempo, pasa a otro cuerpo y en otras encarnaciones volverá a vivir y
desempeñar una nueva misión en la Tierra».
Los vedas, que son monoteístas al igual que los
cristianos, afirmaban la inmortalidad del alma y la vuelta de nuevo a la carne.
Sostenían... «Que el alma es la parte inmortal del hombre: que unas almas
vienen hacia nosotros y regresan, y vuelven a venir: que todo nacimiento, feliz
o desdichado, es la consecuencia de las obras practicadas en las vidas
anteriores» .
Y según el Corán, ...«Alá nos envía muchas veces
hasta que regresemos a EL».
Ovidio, Virgilio y Cicerón, a través de sus
imperecederas obras, aluden frecuentemente a la reencarnación de las almas o
vuelta a la vida física. Ovidio cantaba: ...«Las almas van y vienen. Cuando
vuelven a la Tierra, dan vida v luz a nuevas formas». Y Virgilio, en
«Eneida» (VI, pág. 713) asegura que, el alma al hundirse en la carne pierde el
recuerdo de sus vidas pasadas.
También nuestros antepasados los celtas, sostenían
como principio de verdad, la reencarnación. «El Ser —decían los druidas— se
eleva desde el abismo y asciende por etapas sucesivas hasta la perfección,
encarnándose en el seno de las humanidades sobre los mundos de la materia, que
son otras tantas estaciones de su largo peregrinaje».
El judaismo, religión basada en las enseñanzas de
Moisés, mantenía la creencia de la reencarnación. En sus obras, el historiador
judío Josefo, hace profesión de fe en la reencarnación, y refiere que ésta era
la creencia de los esenios y fariseos. Los cabalistas, exégetas judíos, se
ocuparon intensamente de la reencarnación; basta leer: «Transmigración del
Alma», del rabí Isaac Luria.
El pueblo hebreo mantenía la creencia de la
reencarnación, porque les fue predicada también por los profetas. Estos predicaban
la vuelta a la carne, en diversas expresiones, hoy poco conocidas por falta de
divulgación. Sin embargo, a través de las diversas versiones, ha llegado a
nuestro tiempo la siguiente del profeta Malaquías: «He aquí, yo os
enviaré el profeta Elias, antes de que venga el día grande y tremendo del
Señor» (Malaquías IV-5). Y prueba de que entre los hebreos había la
convicción de la reencarnación, es el hecho de una comisión enviada por el
clero judaico del Sanedrín a Juan el Bautista, a preguntarle si él era el
Mesías o era Elias (S. Juan Cap. I ver. 19 al 22).
Alarmado el Sanedrín por la fama que iba alcanzando
Juan de Hebrón (el Bautista), e iniciados en la creencia de la reencarnación
de las almas, envían de Jerusalén a sacerdotes y levitas, hombres versados en
el conocimiento de las Escrituras, a indagar cual de los profetas históricos
podía ser aquel hombre que hablaba a las gentes lleno de espíritu profético.
Esta vuelta a la vida de la carne, esta nueva
encarnación del espíritu de Elias en el niño Juan de Hebrón, hijo de Zacarías e
Isabel, y que pasó a la historia con el nombre de Juan el Bautista; es un hecho
confirmado por el mismo Mesías, cuando dijo: «Y si queréis oírlo, él es
Elias que había de venir (que estaba anunciado). El que tiene oídos, que
oiga». (S. Mateo XI-14 y 15) (3).
La creencia de la reencarnación de las almas, fue
sostenida por los primeros cristianos, como doctrina, en los primeros siglos
del cristianismo. En el siglo IV-V, San Jerónimo, secretario del Papa Dámaso I
y autor de la Vulgata, en su controversia con Vigilantus el Gales, debían aún
reconocer que el renacimiento de las almas era la creencia de la mayoría de los
cristianos de su tiempo. Mas luego, cuando la Iglesia entró a formar parte del
Estado y hacerse autoritaria, esta doctrina comenzó a ser atacada.
La condenación de los puntos de vista de Orígenes,
por ejemplo, y de las teorías gnósticas, por el Concilio de Constantinopla II
(año 553), a instancias del emperador Justiniano I, quien promulgó una ley en
la que declaraba: «Todo aquel que sostenga la mística idea de la
preexistencia del alma y la maravillosa opinión de su regreso, será
anatematizado». Ya en el año 529, Justiniano había ordenado cerrar la
antigua Escuela de Atenas, uno de los principales centros de cultura desde el
período ático.
Esta anatematización (maldición) en aquellos
tiempos, significaba la persecución; por lo que, a pesar de ser una creencia
sostenida por los primeros cristianos, fue cayendo en el olvido, en las siguientes
generaciones.
Y en lugar de esta concepción clara del destino en
la vida de los humanos, conciliadora de la justicia divina con las desigualdades
y sufrimientos humanos, surgieron un conjunto de dogmas que hicieron la
oscuridad en el problema de la vida y alejaron al hombre de Dios. Sin embargo,
la creencia en las vidas sucesivas, reaparece en el mundo cristiano en
diferentes épocas, en la forma de «grandes herejías» y de las escuelas
secretas; pero, fue ahogada por la persecución cruel, en las mazmorras de la
Inquisición y en las llamas de las hogueras, en la que millones de seres humanos
fueron inmolados en esa época de oscurantismo medieval, por aquellos que se
denominaban a sí mismos representantes de Cristo en la Tierra y sucesores de
Jesús, que predicó y practicó el amor.
Como todo principio de verdad, surge cual Ave Fénix
de sus propias cenizas. Y así vemos un grandísimo número de personajes de las
diversas ramas del conocimiento humano, y también dentro de las filas del
cristianismo, sosteniendo la verdad de la pluralidad de existencias humanas del
ser espiritual.
El eminente cardenal belga, Mons Mercier
(1851-1926) al preguntársele si existía la reencarnación, se limitó a decir:
«No se puede negar que existe».
El arzobispo Puacher Passaralli, de la orden de los
capuchinos, predicador apostólico adjunto al Santo Sínodo (Vaticano) es
partidario de la tesis de la reencarnación. En escrito al Senador Taurredi, su
compañero en creencias, dice:
«Si fuese posible popularizar la idea de la
pluralidad de existencias en este mundo, sería un medio de realizar la voluntad
divina, de permitir al hombre expiar sus pecados, purificarse y esforzarse
en ser digno de Dios y de la vida inmortal. Esto sería un gran paso que
resolvería intrincados y dolorosos problemas que angustian al alma humana».
(3) Página 33 del Nuevo Testamento - La Editorial
Católica, S.A., 1964, y página 55, 1968.
Podrían citarse cientos de nombres; pero a falta de
espacio, referiremos tan sólo dos militantes en campos opuestos:
Antonio Fed. Ozaban, escritor católico del siglo
pasado y uno de los fundadores de la Sociedad San Vicente de Paúl, en su obra
«Dante et la Philosophie Catolique aux XIII Siecle», reconoce que el plan de la
«Divina Comedia», sigue muy de cerca las grandes líneas de la civilización antigua,
basada en la pluralidad de existencias.
José Mazzini, célebre patriota italiano,
apostrofando a los obispos en su obra «Dal Concilio a Dio», dice: «Nosotros
creemos en una serie indefinida de reencarnaciones del alma de vida
en vida, de mundo en mundo, de las cuales, cada una constituye un progreso
sobre la que la había precedido. Nosotros podremos volver a empezar el viaje
recorrido cuando hayamos merecido pasar a un grado superior: pero, jamás
podremos retrogradar ni morir espiritualmente».
Y este fundamento de progreso espiritual por medio
de los renacimientos, ha surgido de nuevo, en nuestro mundo occidental a
mediados del siglo pasado, por el esfuerzo de ese gran misionero del
espiritismo, Hipólito León Denizart Rivail, más conocido con el nombre de Allan
Kardec; quien ha contribuido grandemente a dar nueva vida a esta verdad. Y
gracias a él y a la filosofía y doctrina espiritista o espirita, de la cual él
fue fundador y codificador, la verdad de la reencarnación se ha extendido por
todo el Occidente, contando ya con muchos y muchos millones de partidarios que
tienen la valentía de desafiar los prejuicios religiosos. Y si en nuestro país
no está tan divulgada, ha sido por la coartación de la libertad ejercida por
los convencionalismos de las mentalidades anquilosadas y retrógradas.
SEBASTIAN DE ARAUCO
__._
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar