Toma la pastilla roja!!!

BIENVENIDO Y TOMA LA PASTILLA ROJA "...Eres un esclavo, Neo/ Igual que los demás, naciste en cautiverio/ naciste en una prisión que no puedes ni oler ni saborear ni tocar/ Una prisión para tu mente/ Por desgracia no se puede explicar lo que es Matrix/ Has de verla con tus propios ojos/ Esta es tu última oportunidad/ Después, ya no podrás echarte atrás/ Si tomas la pastilla azul fin de la historia (La historia acabará)/ Despertarás en tu cama y creerás/ lo que quieras creerte/ Si tomas la roja, te quedas/ en el País de las Maravillas/ y yo te enseñaré hasta dónde llega la madriguera de conejos/ Recuerda/ lo único que te ofrezco es la verdad/ Nada más..."

miércoles, 11 de julio de 2018

LA REENCARNACIÓN A TRAVÉS DE LAS EDADES




La creencia y doctrina de la reencarnación o pluralidad de existencias en diversas vidas humanas, es conocida y sostenida desde la antigüedad por las diversas religiones y enseñada en escuelas filosóficas, algunas con la denominación de «transmigra­ción del alma» y otras con la de «renacimientos».
Esta es una doctrina milenaria. Ya la encontramos en todos los pueblos primitivos y en las diversas culturas, lo mismo que todas las religiones, en sus sabios orígenes la han sustentado.
Los llamados Magos por los caldeos y persas, eran maestros de la Sabiduría Oculta, que enseñaba la doctrina de los renaci­mientos, como una de las verdades fundamentales. Y sostenían que el alma era un ser espiritual complejo y pasaba por una serie de existencias terrestres y en otros mundos, hasta que finalmente alcanzaba un grado de pureza tal, que quedaba relevada de la necesidad de nuevas encarnaciones, y desde entonces habitaba en la región de la inefable gloria.
Los egipcios enseñaban la reencarnación ya 3.000 años an­tes de nuestra era, con estas palabras: «Antes de nacer, el niño ha vivido ya y la muerte no termina en la nada. La vida es un devenir, que transcurre semejante a un día de sol, que recomenzará».
De los egipcios pasó a los griegos, por Pitágoras y sus discí­pulos. Sócrates, Platón, Empédocles, Apolonio y muchos otros, la popularizaron.
Pitágoras enseñaba que, la doctrina de la reencarnación, te­nía en cuenta la desigualdad observable en la vida terrestre de los hombres. «Una vida en la carne, no es más que una anilla en la larga cadena de la evolución del alma»-
—decía Pitágoras a sus discípulos ya más avanzados, en el grado teogónico—. Y algunas veces, les refería pasajes de alguna de las últimas cuatro vidas que recordaba (1).
Asimismo, Platón enseñaba la doctrina del renacimiento. Decía: «Para que en esas nuevas vidas, las almas de los muertos des­gasten sus malas acciones pasadas». Afirmaba que: «Las almas reencarnadas lo hacen en cuerpos que se asemejan a los que tuvieron en vidas anteriores, e igualmente en instinto y tendencias adquiridas por anteriores experiencias». Entre esas experiencias heredadas de vidas pasadas, colocaba Platón las ideas innatas.
Las escuelas de Sócrates y Platón, aseguraban que... «Las almas toman nuevos cuerpos para repetir una y otra vez sus vidas físicas, a fin de desarrollar las facultades de la psiquis y adquirir la sabiduría». Decía también: «las almas vuelven del Hado, y los se­mejantes son atraídos por los semejantes». Y en «FEDON» pode­mos leer: «El alma es más vieja que el cuerpo. Las almas renacen sin cesar del Hado, para volver a la vida actual».
La escuela de Hermes (2) ya sostenía que: «Las almas ba­jas y malas permanecen encadenadas a la Tierra por múltiples renacimientos: pero, las almas virtuosas suben volando hacia las esferas superiores».
Ya en nuestra era, Porfirio, filósofo neoplatónico, discípulo de Orígenes y de Plotino (siglo III), con otros filósofos neoplatónicos, enseñaba también la doctrina de la reencarnación.
Ammonio Saccas, filósofo alejandrino del siglo I, conocido, como Theodidaktos por la vastedad de sus conocimientos, soste­nía la doctrina del renacimiento de las almas en nuevos cuerpos, y fue quien la transmitió a San Clemente de Alejandría, padre de la primitiva iglesia. La famosa escuela de Alejandría, que en los tiempos del Mesías estaba dirigida por Filón, profundizó el estudio  del alma y de las civilizaciones pasadas; y dio un mayor esplendor a la doctrina de la reencarnación.
Los neoplatónicos, en diferentes edades, igualmente ense­ñaron la misma doctrina. Plotino, discípulo de Ammonio, de Tia­na, decía: «Es un descubrimiento reconocido desde los tiempos de la antigüedad, que si el alma comete fallos, será condenada a expiarlos sufriendo castigos en tenebrosos infiernos; luego se le permite pasar a nuevos cuerpos y recomenzar sus pruebas». Decía también «Cada alma recibe el cuerpo que le conviene y que está en armonía con sus antecedentes, según sus existencias anteriores».
(1)A los seres ya muy evolucionados, les es posible conocer las últimas vidas pasadas, mediante la actualización de la memoria espiritual o subcons­ciente, y también alcanzando la superconciencia por medio del éxtasis.
(2) Hermes Trimegisto, filósofo, legislador y sacerdote; perteneciente a la Escuela Iniciática del antiguo Egipto, y uno de los grandes iniciados. Se considera que vivió por los años 2670 antes de nuestra era, y como el funda­dor de la ciencia secreta derivada de su nombre. Clemente de Alejandría, le atribuyó 42 tratados.-
Orígenes, discípulo de San Clemente, el más instruido de los padres cristianos, aceptaba la doctrina de las vidas sucesi­vas, que era del conocimiento y creencia común de los primeros tres siglos del cristianismo. Y por ello fue anatematizado en aquel famoso Concilio de Constantinopla II. Decía: «Cada alma recibe un cuerpo de acuerdo con sus merecimientos y sus previas accio­nes». Obsérvese que no dice, que cada cuerpo recibe un alma; sino que: «Cada alma recibe un cuerpo...». Sostenía también que: «Las almas, al caer de un estado elevado, trabajan para recuperar ese estado y gloria, reencarnando repetidas veces». (3). Orígenes denominaba «penas medicinales» a las vidas dolorosas, y que és­tas eran proporcionales a las faltas de las almas encarnadas en nuevos cuerpos, para redimir su pasado y purificarse.
San Gregorio Nacianceno (328-389), decía: «Hay necesidad natural de que el alma sea curada y purificada, y de que, si no lo es en esta vida, lo sea en otras siguientes y futuras».
San Agustín (cuyo nombre era Aurelius Augustinus), en su Libro I de «Confesiones», emplea esta frase: «Antes del tiempo que pasé en el seno de mi madre, ¿no habré estado en otra parte y sido otra persona?». La expresión es tanto más notable, cuanto que San Agustín se oponía a Orígenes en algunos puntos de su doctrina.
(3) Y en una réplica, dejó escrito: «Pero, respecto a estos asuntos que pertenecen al género místico, conviene mantener el secreto: porque, la en­trada de las almas en los cuerpos, no es cosa que comprendan el común de las gentes.»-
Krishna, hacia el año 3000 antes de nuestra era (según la cronología de los brahamanes), dijo: ...«yo y vosotros hemos teni­do muchos nacimientos. Los míos no son conocidos sino por mí, pero vosotros no conocéis siquiera los vuestros», Y en diálogo con su discípulo Arjuna (véase Bhagavad Gita), dice: «Así como el alma residente en el cuerpo material, pasa por las etapas de infancia, juventud, virilidad y vejez: así a su debido tiempo, pasa a otro cuerpo y en otras encarnaciones volverá a vivir y desempeñar una nueva misión en la Tierra».
Los vedas, que son monoteístas al igual que los cristianos, afirmaban la inmortalidad del alma y la vuelta de nuevo a la carne. Sostenían... «Que el alma es la parte inmortal del hombre: que unas almas vienen hacia nosotros y regresan, y vuelven a venir: que todo nacimiento, feliz o desdichado, es la consecuencia de las obras practicadas en las vidas anteriores» .
Y según el Corán, ...«Alá nos envía muchas veces hasta que regresemos a EL».
Ovidio, Virgilio y Cicerón, a través de sus imperecederas obras, aluden frecuentemente a la reencarnación de las almas o vuelta a la vida física. Ovidio cantaba: ...«Las almas van y vienen. Cuando vuelven a la Tierra, dan vida v luz a nuevas formas». Y Virgilio, en «Eneida» (VI, pág. 713) asegura que, el alma al hundir­se en la carne pierde el recuerdo de sus vidas pasadas.
También nuestros antepasados los celtas, sostenían como principio de verdad, la reencarnación. «El Ser —decían los drui­das— se eleva desde el abismo y asciende por etapas sucesivas hasta la perfección, encarnándose en el seno de las humanidades sobre los mundos de la materia, que son otras tantas estaciones de su largo peregrinaje».
El judaismo, religión basada en las enseñanzas de Moisés, mantenía la creencia de la reencarnación. En sus obras, el his­toriador judío Josefo, hace profesión de fe en la reencarnación, y refiere que ésta era la creencia de los esenios y fariseos. Los cabalistas, exégetas judíos, se ocuparon intensamente de la reen­carnación; basta leer: «Transmigración del Alma», del rabí Isaac Luria.
El pueblo hebreo mantenía la creencia de la reencarnación, porque les fue predicada también por los profetas. Estos predi­caban la vuelta a la carne, en diversas expresiones, hoy poco conocidas por falta de divulgación. Sin embargo, a través de las diversas versiones, ha llegado a nuestro tiempo la siguiente del profeta Malaquías: «He aquí, yo os enviaré el profeta Elias, antes de que venga el día grande y tremendo del Señor» (Malaquías IV-5). Y prueba de que entre los hebreos había la convicción de la reencarnación, es el hecho de una comisión enviada por el clero judaico del Sanedrín a Juan el Bautista, a preguntarle si él era el Mesías o era Elias (S. Juan Cap. I ver. 19 al 22).
Alarmado el Sanedrín por la fama que iba alcanzando Juan de Hebrón (el Bautista), e iniciados en la creencia de la reencar­nación de las almas, envían de Jerusalén a sacerdotes y levitas, hombres versados en el conocimiento de las Escrituras, a indagar cual de los profetas históricos podía ser aquel hombre que habla­ba a las gentes lleno de espíritu profético.
Esta vuelta a la vida de la carne, esta nueva encarnación del espíritu de Elias en el niño Juan de Hebrón, hijo de Zacarías e Isabel, y que pasó a la historia con el nombre de Juan el Bautista; es un hecho confirmado por el mismo Mesías, cuando dijo: «Y si queréis oírlo, él es Elias que había de venir (que estaba anuncia­do). El que tiene oídos, que oiga». (S. Mateo XI-14 y 15) (3).
La creencia de la reencarnación de las almas, fue sostenida por los primeros cristianos, como doctrina, en los primeros siglos del cristianismo. En el siglo IV-V, San Jerónimo, secretario del Papa Dámaso I y autor de la Vulgata, en su controversia con Vigi­lantus el Gales, debían aún reconocer que el renacimiento de las almas era la creencia de la mayoría de los cristianos de su tiempo. Mas luego, cuando la Iglesia entró a formar parte del Estado y hacerse autoritaria, esta doctrina comenzó a ser atacada.
La condenación de los puntos de vista de Orígenes, por ejem­plo, y de las teorías gnósticas, por el Concilio de Constantinopla II (año 553), a instancias del emperador Justiniano I, quien promulgó una ley en la que declaraba: «Todo aquel que sostenga la mística idea de la preexistencia del alma y la maravillosa opinión de su  regreso, será anatematizado». Ya en el año 529, Justiniano había ordenado cerrar la antigua Escuela de Atenas, uno de los principa­les centros de cultura desde el período ático.
Esta anatematización (maldición) en aquellos tiempos, significaba la persecución; por lo que, a pesar de ser una creencia sostenida por los primeros cristianos, fue cayendo en el olvido, en las siguien­tes generaciones.
Y en lugar de esta concepción clara del destino en la vida de los humanos, conciliadora de la justicia divina con las desigual­dades y sufrimientos humanos, surgieron un conjunto de dogmas que hicieron la oscuridad en el problema de la vida y alejaron al hombre de Dios. Sin embargo, la creencia en las vidas sucesivas, reaparece en el mundo cristiano en diferentes épocas, en la forma de «grandes herejías» y de las escuelas secretas; pero, fue aho­gada por la persecución cruel, en las mazmorras de la Inquisición y en las llamas de las hogueras, en la que millones de seres hu­manos fueron inmolados en esa época de oscurantismo medieval, por aquellos que se denominaban a sí mismos representantes de Cristo en la Tierra y sucesores de Jesús, que predicó y practicó el amor.
Como todo principio de verdad, surge cual Ave Fénix de sus propias cenizas. Y así vemos un grandísimo número de personajes de las diversas ramas del conocimiento humano, y también dentro de las filas del cristianismo, sosteniendo la verdad de la pluralidad de existencias humanas del ser espiritual.
El eminente cardenal belga, Mons Mercier (1851-1926) al pregun­társele si existía la reencarnación, se limitó a decir: «No se puede negar que existe».
El arzobispo Puacher Passaralli, de la orden de los capuchi­nos, predicador apostólico adjunto al Santo Sínodo (Vaticano) es partidario de la tesis de la reencarnación. En escrito al Senador Taurredi, su compañero en creencias, dice:
«Si fuese posible po­pularizar la idea de la pluralidad de existencias en este mundo, sería un medio de realizar la voluntad divina, de permitir al hombre expiar sus pecados, purificarse y esforzarse en ser digno de Dios y de la vida inmortal. Esto sería un gran paso que resolvería intrin­cados y dolorosos problemas que angustian al alma humana».
(3) Página 33 del Nuevo Testamento - La Editorial Católica, S.A., 1964, y página 55, 1968.
Podrían citarse cientos de nombres; pero a falta de espacio, referiremos tan sólo dos militantes en campos opuestos:
Antonio Fed. Ozaban, escritor católico del siglo pasado y uno de los fundadores de la Sociedad San Vicente de Paúl, en su obra «Dante et la Philosophie Catolique aux XIII Siecle», reconoce que el plan de la «Divina Comedia», sigue muy de cerca las grandes líneas de la civilización antigua, basada en la pluralidad de exis­tencias.
José Mazzini, célebre patriota italiano, apostrofando a los obispos en su obra «Dal Concilio a Dio», dice: «Nosotros creemos en una serie indefinida de reencarnaciones del alma de vida en vida, de mundo en mundo, de las cuales, cada una constituye un progreso sobre la que la había precedido. Nosotros podremos vol­ver a empezar el viaje recorrido cuando hayamos merecido pasar a un grado superior: pero, jamás podremos retrogradar ni morir espiritualmente».
Y este fundamento de progreso espiritual por medio de los re­nacimientos, ha surgido de nuevo, en nuestro mundo occidental a mediados del siglo pasado, por el esfuerzo de ese gran misionero del espiritismo, Hipólito León Denizart Rivail, más conocido con el nombre de Allan Kardec; quien ha contribuido grandemente a dar nueva vida a esta verdad. Y gracias a él y a la filosofía y doctrina espiritista o espirita, de la cual él fue fundador y codificador, la verdad de la reencarnación se ha extendido por todo el Occidente, contando ya con muchos y muchos millones de partidarios que tie­nen la valentía de desafiar los prejuicios religiosos. Y si en nuestro país no está tan divulgada, ha sido por la coartación de la libertad ejercida por los convencionalismos de las mentalidades anquilo­sadas y retrógradas.
                                                                                                                             SEBASTIAN DE ARAUCO 
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